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martes, 22 de septiembre de 2020

Efemérides, Artigas, 170 años de inmortalidad.

La tierra completo 170 vueltas al sol desde el 22-3 se septiembre de 1850.

Hoy queremos recordar y homenajear al gran prócer de América con un texto de Elisa Menéndez, primera mujer en escribir sobre Artigas. A los 17 años fue Directora de la Escuela Artigas en el solar de Asunción del Paraguay, y paralelo a ello desarrolló una tarea como investigadora histórica, escribiendo obras como “Antes de 1810”, y “Artigas defensor de la Democracia Americana”, de esta última obra compartimos el texto referido a la muerte del General.

 

                                                     LA MUERTE DE ARTIGAS

 
   Tanto se ha escrito sobre este hecho, que algunos autores han llegado a novelarlo rodeándolo de detallesdramáticos. Unos ven al anciano yacente dejar el lecho y arrodillarse a recibir el Viático; otros lo describen pidiendo su caballo porque quiere morir montado, o viendo cómo el humilde vecindario se arrodilla al paso del fúnebre cortejo.
Lejos de nosotros la idea de desautorizar tales suposiciones. Después de leer lo que se ha escrito al respecto, compulsándolo con los documentos fehacientes que han quedado, llegamos a la conclusión que el deceso se produjo en forma normal, casi repentinamente. El sepelio se realizó en la intimidad de pocas personas; las cuales, creemos, ignoraban que ese viejecito humilde que entregaban a la tierra, era el adalid de la causa republicana. Naturalmente debemos descartar de esa ignorancia a algunas personalidades que habitaban en su vecindad, como López y sus familiares, el ministro del Brasil Pimienta Bueno y algunas otras personas superiores al medio ambiente.
Para el sencillo vecindario, don José Artigas no era más que un “caraí extranjero”, que no ha mucho había venido a morar entre ellos. Nada más sabían de su vida.
Si bien el gobierno de don Carlos Antonio López era más humano y progresista que el de su antecesor, no lo era mucho en cuanto a libertad de pensamiento. En su dictadura de dieciocho años sólo hubo en el país un periódico, órgano oficial del gobierno, bajo su inmediata censura. En el momento que nos ocupa —1850— existía “El Paraguayo Independiente”, que fué más tarde substituido por “El Semanario Ilustrado”, que aparecía los sábados, y, como el anterior, con mordaza. Con tan limitados medios de información muy poco podía ilustrarse el pueblo, que seguía viviendo en el mismo aislamiento espiritual respecto a los acontecimientos sucedidos más allá del horizonte aldeano. No nos extrañe, que vieran en don José sólo al anciano que los saludaba sonriente, cuando pasaba en su “Morito“ camino de la iglesia o a visitar algún vecino.
Un día no lo vieron pasar. Al siguiente tampoco... Don José estaba enfermo. A la mañana temprano los vecinos madrugadores comentaron que había fallecido, recibiéndose la noticia con la mayor naturalidad. Cuando se han cumplido 86 años, la muerte ya no sorprende ni al mismo a quien viene a buscar. Concurrieron los vecinos más cercanos. Como el difunto no tenía deudos ni dinero para costear el sepelio, aquella buena gente lugareña, a pesar de sus limitados recursos, contribuyeron en la medida de sus fuerzas para comprar un pobre cajón donde depositar el cadáver. Pasaron la noche alternando las horas con rezos y oraciones, piadosa costumbre que aún subsiste. A la mañana siguiente lo pusieron en una pequeña carreta tirada por mansa yunta —medio de transporte usado hasta hoy en la campaña— que marchó dando tumbos entre baches y zanjas hasta el cementerio de la Recoleta distante poco más de una legua. Allí los vecinos que se habían impuesto esta caritativa misión, buscaron al cura de la parroquia P. Cornelio Contreras para que los acompañara a darle cristiana sepultura. Y como tampoco tenían dinero para comprarle un sepulcro, lo llevaron al campo santo y lo entregaron a la madre tierra.
Madre, al fin, no le cobró derechos de sepultura. Allí quedó descansando, ignorado hasta por los mismos que lo acompañaban, el hombre que encarnó el sentido político-social de la revolución americana, que con más sacrificios luchó porque la libertad y la justicia reinaran sobre estos pueblos. ,
El Padre Contreras volvió a la iglesia, y con la indiferencia del que realiza todos los dias el mismo trabajo, escribió en el libro correspondiente la partida de defunción, que es una síntesis de lo que hemos venido describiendo. En el margen de la página apuntó: “José de Artiga - Extranjero”.
Y a continuación: “En esta parroquia de la Recoleta de la Capital, a 23 de setiembre de 1850, yo, el cura interino de ella enterré en sepultura ordinaria el cadáver de un adulto llamado José de Artiga, extranjero, de esta feligresía.
Doy fe. — Cornelio Contreras”.
Los humildes vecinos que lo llevaron, volvieron a sus casas, con la tranquilidad del que ha cumplido un deber humanitario. Habían dejado descansando en la paz de la tierra a un hombre bueno, a un extranjero sin familia, venido quién sabe de dónde! No sabían que habían enterrado al que no podía considerarse extranjero en ningún rincón de América, porque había luchado tanto por el futuro feliz de esta patria grande, que hoy hermana en una gran familia a los hombres que en ella nacieron y a los que vienen a ella, cumpliendo así uno de sus altos postulados.
Volvió con ellos al rancho solitario, cabizbajo, el negro Ansina, soldado, asistente, criado, amigo y deudo. Todo. Digno representante de la patria oriental ^en aquel momento supremo, rindiendo con su dolor sincero el homenaje de las únicas lágrimas que humedecieron la fosa del desterrado anónimo!
Allí quedó, en la soledad del campo santo, una tumba más, apenas señalada por una tosca cruz de madera, un poco de tierra removida...
Allí quedaba lo físico, lo humano, lo terrenal; lo que es capaz de destruirse. Su obra inmensa, sus grandes ideales americanistas, su ejemplo de desinterés y justicia diluido en las partículas inmortales de su espíritu, seguirán viviendo mientras haya corazones orientales y almas americanas capaces de comprender la grandeza del varón esclarecido, que llegó al martirio en aras de postuladós redentores.
A los pocos días de acaecido el deceso, “El Paraguayo Independiente”, con fecha 28 de setiembre, le dedicó el siguiente artículo necrológico, cuyos datos son tomados del oficio ya citado, que Francia dirigió al comandante del puerto de Borbón, el 12 de mayo de 1821. Dice así: “El tiempo acreditó la firme resolución que había tomado de no volver al suelo donde vió la luz, cuando se' presentó en Candelaria perseguido por los suyos pidiendo un rincón en la República donde acabar sus días. Ha tenido para su regreso obligantes y repetidas invitaciones, tan luego como ha circulado en el exterior la noticia de que el Gobierno Consular establecido a la muerte del Dictador Francia, abrió las puertas de la república al comercio exterior y dejó expedito el regreso de todo extranjero, detenido por el sistema de aislamiento del régimen fenecido. Pero Artigas se ha excusado en todas ocasiones.
“Fué uno de los fundadores de la independencia del Estado Oriental, su patria. El General Artigas ha resistido con pocos recursos todo el poder de Buenos Aires y disputó la superioridad de las fuerzas del Brasil.
“Su ascendiente dominaba al indio charrúa, al peón de los estancieros, a los oficiales instruidos, a los elementos de la guerra.
“Derrotado en su último combate de Tacuarembó, y perseguido por uno de sus comandantes el caudillo Ramírez, a quien había dejado a guardar más de cuarenta mil pesos oro se alzó con estos dineros y con ellos sublevó y aumentó algunas tropas de gente armada... Pidió asilo al gobierno de la República, diciendo que si no se lo concedía irla, a meterse en los bosques. Su esperanza fué bien correspondida; él vino destituido de todo medio de auxilio y el gobierno le hizo dar una asistencia regular durante su residencia en el suprimido convento de las Mercedes y después lo hizo llevar a vivir a la villa de San Isidro de Curuguaty.
“En 1845, S. E. el Presidente de la República lo llamó a esta ciudad para proporcionarle mejor comodidad de la que podría disfrutar en aquel punto.
“El General Artigas no amaba las ciudades; aun en la vejez quería la libertad de los campos; en consecuencia fué acomodado en una chacra de la vecindad de esta capital, donde ha finalizado sus días el 23 del corriente, a los treinta años cumplidos de haber entrado en Asunción.
“Fué dado a la tierra en el cementerio de la Recoleta. Pueden sus amigos y parientes tener el consuelo de que nada le faltó, y de que sucumbió agobiado por el peso de noventa años porque es la muerte común. Séale la tierra leve".
Páginas 291 a 294

No sabria el padre..., que no se le considera extranjero en ningun rincón de América...

Nota: fue enterrado en el cauce nro.26 tercer sepulcro, cementerio general.“Campo Santo de los Insolventes”.Se aprecia como el texto original fue modificado, corregido, (tiempo más tarde), se agregaron las S, General, Don, lápida, etc. Con certeza velatorio mediante, falleció el día Domingo.

 Diario el Paraguayo Independiente,
Primera publicación sobre el deceso de Artigas, fecha: 28.09.1850




JORNAL DO COMMERCIO, Brasil, 13.01.1851

(Por esta publicación se entero Uruguay y Argentina del deceso, 4 meses después)

Un periodico rioplatense, o litoraeño, El Porvenir del 5 de febrero de 1851 informaria de su deceso, 5 meses más tarde.


  Poema del Poeta Paraguayo Manuel Verón De Astrada

EL TAJO DE MANORA

A José Artigas

Véis el airón del viento cómo se inclina y tiembla.
Véis cómo se arrodilla la tarde en el camino,
y cómo el sol detiene su gualda de agonía
y la luna se empina en su alabastro virgen,
para mirar el punto crucial de la epopeya.

Aquí se abre la historia en dos caminos:
El uno que conduce al Monasterio,
donde se pone el sol al mediodía
y se soslaya el mundo por esquicios.
Allí será asilado el gran proscripto.
El otro se proyecta a Laurelty,
futuro terminal de una carrera
de cíclopes errantes tras el Jefe, .
con polvo de sus trágicas jornadas
y la Federación por pan y agua.

Venía el gran Señor de las cuchillas gauchas
mordido por la injuria y la derrota;
en jirones su prócer vestidura
de intemperies, de pólvora y distancias.
¡Intacto el pabellón de la esperanza!

Dejaba el Paraná. su mensajero;
el agua vertebral de su carrera.
y más atrás el cetro
de un reciente poder, no fenecido
pero en eclipse grave,
que pronto sin embargo como antorcha
iba a brotar flamigero en la diestra
de un pueblo adolescente.
pequeño como joya.
inmenso en contenido.

Y estaba ahora aquí, Artigas solitario.
-alas de cóndor que a la lierra vuelven
quemadas por los fuegos cenitales-,
arañando los muros del convento
para hacerse sentir por el Supremo.
que percibe su andar pared por medio
pero no escucha nunca su demanda.

La mente del proscripto centellea
en una vibración de herido clclope
y tiene concebido un nuevo plan
de asaltos y rescates.

La patria paraguaya que lo acoge
daríale también su poderío;
su estirpe comunera de pueblo empecinado
en ser o en no ser por propio esfuerzo.

Queria el arquitecto de sueños infinitos
verter on el océano los zumos forestales
de mi mediterránea patria-isla,
y buscar la mano de Francia recelosa.
Las fuerzas guaraníes. su mística guerrera
serían esta vez la dínamo encendida de la empresa,
y el fruto común de la campaña:
una constelación de patrias federadas
sin la merma de límites exìguos.

Y desde allí en solio ultra fronteras
y al lado de José Gaspar de Francia,
Artigas fecundante y siempre rio,
veria abalanzarse las estrellas
del trópico hacìa el Sur.
para ser en el sol de su bandera
la llama de las nuevas democracias.

Y su acero, ya no espada sino pluma,
y su brìdón. ya no corcel sino pegaso;
y su chaqueta roja oliendo a yuyo
colgada victoriosa del asta de la ley,
serian las imágenes del trino:
Independencia, Libertad y Patria,
en la Liga fraterna de los pueblos.

Los hados obstruyeron su camino,
y es Manorá la cúpula en declive
hacia Curuguaty: la nueva cuenca
de sus copiosas aguas germinales.
Allí florecerán sus pastorales sueños
con Ansina y Martinez sustanciados,
con el caballo, el perro y el arado
y la yunta de bueyes, y el campesino humilde
que busca el padrinazgo
del hombre que vivió como la tierra
en humus y calor, aroma y fruto.

Y fueron treinta años de silencio sonoro,
de latidos que inundan las selvas y los hombres.
El viento inauguraba en su pañuelo
la antífona rosada de la aurora.
y el héroe con las manos en el surco
se entregaba a su afán de sembrador.
Bajo el tibio crepúsculo lunado
ordenaba el arcón de sus recuerdos,
y en el resol del trópico en delirio
la taumaturgía de su lanza ardía
para la última carga en su carrera.
Era el auge del genio en todas partes,
en cuya arquitectura ideal no hay imposible.

Asi, el proscripto Artigas allá en Guruguaty
fue una erguida cabeza entre palmeras
y dos brazos alertas y rotundos;
un león melenado de leyendas
en guardia contra nuevos y viejos enemigos,
que ansiaban arrasar la independencia
enarbolada en su segunda patria.

II

¡Verbo de la naciente democracia indiana!
Si la ciega semilla aún dormita
en la matriz del alma colectiva,
sus raices perduran y se ahondan, -
y han de brotar en libertad un día
sobre la faz total del continente.

III

¡Soldado de la causa común americana!
Dame tu oráculo infalible.
que perfora la niebla y el porvenir aclara.
Dame tu firme pulso. invariable
en tiempo de la gloria, en la derrota;
en todos ios grandes cataclismos
que nunca conmovìeron tus párpados proceros.
Dame la llama de tu pecho augusta:
tu corazón sin pausa y desbordado,
clave de las estrellas y los hombres.

De tu substancia dura
dame una gota ardiente.
para anclar en la punta de mi pluma
y ser en ella chispa de dìamanie.

Dame tu nombre. simplemente,
José Gervasio Artigas.
bandera iluminada en densos litorales de penumbra.
sonido incorruptible, fervor de multitudes
y siempre llamamiento de paz y de combate.

Escúchame, aún quiero más de ti.
Quiero la arena y roca de tu constancia altiva,
cuya inmutable alquimia, sin diferir el trono
permite ser un rey de muchedumbres
con nimbo de Mesías.
o un humilde labriego devoto de la espiga,
coronada su frente de sudores
y en sus manos vendimias para ol pobre.

Quiero tu gran predicamento
enarbolando pueblos en federal bandera,
o cultivando pechos que grabaron contigo
en la virginidad de nuestro suelo
el derecho sagrado dei nativo y del indio,
hecho carbón y yermo
en la angustiosa tierra moral de América.

Quiero la magestad serena de tu frente,
la plástica lección de tu sonrisa
de dulce Patriarca sin declive,
que enseña con la resignación de su destierro
la estoica virtud de los predestinados.

Y lléname por último, para labrar mi canto,
de la grandeza límite de tu postrer suspiro.
Pediste tu caballo.
Para guerrear de nuevo en la ágonía
contra fuerzas del Plata coaligadas?
Para lanzarte alado al infinito
en busca de las últimas alturas?
No. Pediste tu caballo
para ser otra vez, como solías,
ecuestre claridad de la mañana

En lucha torrencial contra la sombra.
Pero la muerte quiso tu lámpara hemisférìca
y tu presencia pura se congeló en un astro.

IV

Ha muerto el Patriarca asi en mi tierra,
en la gracia plenaria de un lucero.
Ninguna cicatriz sobre su alma. . .
¡Limpia la frente. el corazón entero!

Murió absorbiendo su panal de auroras,
mientras el aparcero de sus nostalgias mudas.
El Ibyrapytá, solemne y grave,
enjoyaba de flores su tránsito infinito.

V

Convoquemos al viento en su caudal sonoro,
a las pampas azules, a la Mesopotamia y a los rios
para cantar al alba;
ha vuelto el leñador de las estrellas
como si no hubiera tocado los limites nocturnos
y hubiera vivido entre dioses
cuya estrella no eclipsa,
ni mueren ni padecen
la cruel decrepìtud que el tiempo
coloca entre los huesos y la carne del hombre.
Venid a verlo intacto en su materia antigua
dc claridad profética y serena,
como fortalecìdo por una sempiterna primavera.
Venid a ver al Prócer en su estampa
oreada por los soles de mi patria,
con un rollo de mapa bajo el brazo,
su brújula de estrella hacia el océano.
buscando en su mirada las cuchillas
para afirmar en roca su sueño americano.
Ha vuelto por la gloria y para el bronce,
el Uruguay le aguarda entre banderas.
fermentado de alas y de patria.

VI

¡Artigas genitor. luz de una raza!
¡Pecho del Sur en la indomable América!
Aquí estoy evocando tu memoria
para tramar mis ñanduties de oro
con hebras de las próximas auroras.

Yo quiero con la clara videncia de tu verbo,
antiguo cartabón de dignidades.
y los manes de mis héroes paraguayos.
que intuyeron contigo la nueva geografia
con las solas fronleras del mar y las montañas;
a la luz de los astros tutelares,
con un hìmno de paz en las gargantas,
con el verde de todos nuestros lauros
y en el libro fecundo del derecho,
determinar la patria ilustre que anhelamos.
sin muros ni compuertas para todos los hombres de la Tierra.

Asunciòn, 1957.

Diseño de Artigas

Autor: Alfred Demersay, 1846-7, Histoire physique, économique et politique du Paraguay et des établissements des Jésuites, Volúmen Atlas ( full-page colored)
Paris, Librairie de L. Hachette et Cie, 1860-65.

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