El 20 de agosto, desde Tranqueras de San Miguel, Don José dispuesto a claudicar en sus empeños, envía un carta dirigida al Dr. Gaspar Rodríguez de Francia, en la cual le solicitaba al país hermano el derecho de asilo político.
Con respecto a la carta , y obviamente la fecha, nunca apareció hasta el momento, solo textos referentes de la época y un ejemplo de la misma llega de parte de Roa bastos el cual comparto en este post.
Su intención era ingresar al Paraguay bajo las condiciones que se le impusieran, de no accederse en esa solicitud, ingresaría, se internaría en las selvas paraguayas y allí viviría en estado de soledad con los recursos que le diera la naturaleza.
La respuesta a esta, ansiada contestación…, se hizo esperar hasta principios de setiembre en la cual se autorizaba el ingreso al País… El día 5 como sabemos bajo del Cerro Santa Ana, actual Misiones Arg. y atravesó por el paso de Candelaria a Campichuelo, departamento de Itapùa, Py. ¿Buscaría allí nuevos recursos para su causa perdida? Una vez logrado esto, ¿volvería al suelo natal? ¿Qué ideas cruzaban por la mente del Protector de los Pueblos Libres?
En la orilla opuesta les esperaba el Gobernador Militar del lugar con numerosa escolta a quien Don José entrego su espada, un bastón que portaba, mas otra misiva dirigida al Supremo Dictador.
Entre las condiciones exigidas, para su asilo estaban: la dispersión y el desarme de sus acompañantes, lo que se cumplió y los que una vez internados en la selva fueron disgregados por diversos parajes.
Hay relatos sin pruebas concretas que nos cuentan que muchos de ellos fueron fusilados sin previo juicio, esta tesis no tiene fundamentos ya que otros hechos hacen dudar de esas ejecuciones, por ejemplo sabemos según libros de caja que se les entrego a la gente ponchos etc.
Texto de “Yo el Supremo”, novela del escritor paraguayo Augusto Roa Bastos, publicada en 1974, cuando Roa todavía vivía exiliado en Buenos Aires.
Cuando a su vez fue traicionado por su lugarteniente Ramírez que se alzó con su tropa y su dinero, perdida hasta la ropa, Artigas vino a refugiarse en el Paraguay. Mi alternativo extorsionado mi jurado enemigo, el promotor de conjuras contra mi Gobierno, se avanzó a mendigarme asilo. Yo le concedí trato humanitario. En una situación como la mía, el más magnánimo de los gobernantes no habría hecho caso de este bárbaro, que no era acreedor a la compasión sino al castigo. Yo reventé de generosidad. No solamente lo admití a él y al resto de su gente. También gasté liberalmente centenares de pesos en socorrerlo, mantenerlo, vestirlo, pues llegó desnudo, sin más vestuario ni equipo que una chaqueta colorada y una alforja vacía. Ninguno los ruines, aturdidos revoltosos que habían fundado en él las mayores esperanzas de ventajas y adelantamientos, le hizo la menor limosna. Yo le di lo que me pidió en la carta que me escribió desde la Tranquera de San Miguel, dentro ya de nuestras fronteras.
La carta de Artigas era sincera.1
No mentía en cuanto a su guerra contra españoles, portugueses- brasileros y porteños. No dejé de tomarlo en cuenta. Si a muchos los desvíos en la defensa de una causa justa los condenan, los principios, las proyecciones de esa causa contribuyen a rescatar aunque sea parcialmente a los errados que no son cerrados en el error. Artigas, hundido en tal angustia y fatalidad, era un ejemplo escarmentativo para los ilusos, los facciosos, los depravados ambiciosos de subrayar e imponer leyes a los paraguayos, extraer sus riquezas y finalmente llevar gente esclavizada a sus empresas y servicios, para después reírse del Paraguay y mofarse orgullosamente de los paraguayos. Mandé un destacamento de 20 húsares a cargo de un oficial para recoger a Artigas. Le otorgué trato humanitario, cristiano, en el verdadero sentido de la palabra. Acto no sólo de humanidad sino aun honroso para la República conceder asilo a un jefe desgraciado que se entregaba. Le hice preparar alojamiento en el convento de la Merced y ordené que diariamente hiciese ejercícios espirituales y se confesase. Yo respeto las convicciones ajenas, y si bien es cierto que los curas sirven para poco, por lo menos que sirvan para recoger las cuitas pecaminosas de los extranjeros. Concedí pues al jefe oriental el monte que me pidió para seguir viviendo; no un monte de lauros sino un predio en los mejores terrenos del fisco en la Villa del Kuruguaty, para que levantara allí su casa y su chacra, lejos del alcance de sus enemigos. El traidor y alevoso lugarteniente de Artigas me pidió insistentemente su entrega para que respondiera en juicio público a las provincias federales sobre los cargos que justamente deben hacerle, me escribió el cínico bandolero, por suponérsele a él la causa y origen de todos los males de América del Sud. Como no contesté a ninguna de sus notas, me intimó la entrega de su ex jefe bajo amenaza de invadir el Paraguay. Que venga, dije, el Supremo Salvaje entrerriano. No alcanzó a llegar. Dejó la cabeza en la jaula que le estaba destinada.
1
"Desengañado de las defecciones e ingratitudes de que he sido víctima, le suplico siquiera un monte donde vivir Así tendré el lauro de haber sabido elegir por mi seguro asilo la mejor y más buena parte de este Continente, la Primera República del Sur el Paraguay. Idéntica ambición a la suya, Excmo. Señor; la de forjar la independencia de mi país fue la causa que me llevó a rebelarme, a sostener cruentas luchas contra el poder español; luego contra portugueses y porteños que pretendían esclavizarnos de manera aún más inicua.
Batallar sin tregua que ha insumido tantos años de penurias y sacrificios. Con todo, habría continuado defendiendo mis patrióticos propósitos si el germen de la anarquía no hubiera penetrado en la gente que obedecía mis órdenes. Me traicionaron porque no quise vender el rico patrimonio de mis paysanos al precio de la necesidad.»
(Cartas del general Artigas a El Supremo, pidiendo asilo. Sbre. 1820.)
Texto de: El Campamento de Laurelty (1), Hèctor Francisco Decoud 1930 Mdeo.
Ocho días después del resonante triunfo que obtuvo el General Artigas (15 de junio de 1820), sobre el ejército del caudillo Ramírez, en las Gauchas, empeña un nuevo y sangriento combate contra las mismas fuerzas; pero, en esta acción, la suerte de las armas le fue adversa, siendo destrozado su ejército, del que, apenas, le restó un número escaso de hombres.
Artigas, decepcionado, huye del teatro de sus operaciones, dirigiéndose hacia el Paraguay, último refugio con que contaba, sin que por eso haya dejado de dar algunas duras lecciones a su tenaz enemigo Ramírez, que lo perseguía de cerca, tratando de tomarlo.
El coronel Cáceres, que fue soldado de Artigas en un tiempo, y más tarde brazo de Ramírez, al referirse a él, dice en sus memorias:
"Era tal el prestigio de este hombre, que, a pesar de sus continuas derrotas, en su tránsito por Corrientes y Misiones, salían los indios a pedirle la bendición y seguían con sus
familias e hijos en procesión detrás de él, abandonando sus hogares.
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(1)Denominación dada al paraje, por predominar en él el árbol llamado laurel.
“En Abalos escapó Artigas con 12 hombres; cesó Ramírez de perseguirlo, porque ignoraba su dirección, y no se le creía capaz de hacer resistencia. Y a los ocho dias, supimos que había reunido más de novecientos combatientes y estaba sitiando el Cambay”
En este estado de cosas, Artigas desiste de continuar la lucha que había encabezado para conquistar la independencia de su patria, la Banda Oriental, y se dirige, con el grupo
de sus fieles soldados hacia el Paraguay.
Una noche, ya en camino, reúne a sus fíeles servidores, unos doscientos hombres de caballería, lanceros todos, y, con lágrimas en los ojos, les da a conocer su determinación de ir al Paraguay, del tirano José Gaspar Rodríguez de Francia, buscando el encierro pavoroso a que éste lo había colocado a esa hermosa tierra de promisión, y que, por consiguiente, quedaban libres de tomar el camino que mejor les pareciere; que él, durante toda su vida, conservaría en su corazón el recuerdo cariñoso de todos sus fieles compañeros.
A mediados de setiembre de 1820, Artigas se presenta ante el comandante paraguayo del departamento de la Tranquera, de San Miguel (orilla izquierda del río Paraná), y
le entrega su espada con una nota para el Dictador Francia, pidiéndole que se sirviera enviarle ambas, y recabar la contestación.
Artigas solicitaba del Dictador, hospitalidad, tanto para sí como para la gente que, tan voluntariamente, le había acompañado, y que muchos de ellos habían ido ya en
busca de sus familias, para cruzar con ellas el río Paraná y radicarse en el Paraguay.
A este respecto se sabe lo que aparece en la comunicación del dictador Francia, dirigida ni comandante del Fuerte Borbón, Velazco, de fecha 12 de mayo de 1821, como también por la sentencia dictada contra el ya finado coronel Cabañas, cuyos textos se transcriben a continuación:
“Lo que pasaba, en cuanto a Artigas, contesta Francia a Velazco, es que, en su último combate con los portugueses, en Tacuarembó, quedó muy derrotado. Viendo esto uno de sus comandantes, el porteño Ramírez, a quien de pobre peón que era el, lo había levantado y hecho gente, y en cuyo poder había dejado aguardar más de 50,000 pesos en oro, se le alzó con sus dineros, y con ellos mismos, sublevó y aumentó algunas tropas y gente armada con que había quedado; y así derrotó también a Artigas cuando éste quiso
someterlo con la poca fuerza que tenía, y lo persiguió de muerte, para quedarse él solo con sus caudales y con el mando de la otra banda. Reducido Artigas a la última fatalidad, vino como fugitivo al Paso de Iatapúa, y me hizo decir que le permitiese pasar el resto de sus días en algún punto de la República, por verse perseguido aún de los suyos; y que, si no le concedía este refugio, iría a meterse en los montes.
Era un acto, no sólo de humanidad, sino aun honroso para la República, el conceder un asilo a un jefe desgraciado que se entregaba. Así, mandé un oficial con veinte húsares, para que lo trajesen, y aquí se le tuvo recluso algún tiempo en el convento do Mercedes, sin permitirle comunicación con gentes de afuera, ni haber jamás podido hablar conmigo, aunque él lo deseaba. Allí estuvo recluso, hasta que hice venir al comandante de San Isidro de Curuguaty, con quien lo hice llevar a vivir en aquella villa, donde se halla con los dos criados o sirvientes que trajo, por ser aquel lugar remoto el de menos comunicación con el resto de la República. Allá le hago dar una asistencia regular, como aquí se hizo, porque él vino destituido de todo auxilio.
“Los portugueses, sin duda, se habrán alegrado de la ruina de Artigas. Ellos han tenido también sus inteligencias y comunicaciones con el bandido Ramírez, quien, tal vez, los
habrá metido en aprehensiones por haberse Artigas refugiado en el Paraguay; pero, el hecho de aquel pérfido, es manifestante infame y lo reprobara todo el mundo imparcial.
Se podría preguntar a los portugueses si agradaría a un general portugués el que en algún suceso adverso que tuviese en la guerra, se le alzase con caudales, tropas y armas,
alguno de sus oficiales subalternos, y, apoderándose de su mando, tirase a perseguirlo de muerte para que no pudiese hablar. Al Craveiro que le dijo a usted que Artigas estaba
aquí, bien guardadito, le hubiese usted contestado que Bonaparte, que fue emperador de los franceses, estaba igualmente bien guardadito en poder de los ingleses, donde se
refugió en su última desgracia; y, aunque estaba en guerra con ellos y fueron los ingleses sus mayores enemigos, lo recibieron y lo mantienen hasta ahora asistido generosamente en la isla de Santa Elena”. (Napolèon falleció justamente 7 dìas antes, el 5 de mayo de 1821)
Proceso Cabañas
“Asunción y Agosto tres de mil ochocientos treinta y tres.
“Resultando que Manuel Atanasio Cabañas, muerto sin herederos, ha sido un traidor a la Patria y al Gobierno, por haber mantenido correspondencia con el malvado caudillo de bandidos y perturbador de la pública tranquilidad, José Artigas, y haberse encargado de reunir y aprontarle gente de auxilio para cuando viniese, según sus ridículos ofrecimientos, a tomar la República, llevarse la cabeza del Dictador, y ponerle a él y a otros en el gobierno; cuya nueva infamia y ruindad cometió el citado Cabañas, después que no quiso tomar parte alguna en la revolución que aquí se hizo para extinguir el mando de España, cuando avisado del cuartel en que se habían reunido los patricios para que viniese a incorporarse con ellos, no sólo se enfadó con el portador del recado, sino que, con descarada vileza, respondió que vendría en siendo llamado por el Gobernador, que era el europeo Velazco; no obstante lo cual, el presente gobierno, por exceso de bondad, le dio los despachos de coronel aun sin merito, sin servicio mi suficiencia, comprobándose con tan infames procedimientos, que era un verdadero enemigo de la Patria y que, resuelto a auxiliar el Caporal de ladrones y salteadores, Artigas, estaba dispuesto a quedarle vilmente subordinado y tenerle sometida la República, cómo era consiguiente, a fin de que después no le despojase de su soñado gobierno, en que él y otros atolondrados, con quien igualmente estaba en correspondencia, como también consta de autos, creían en su delirio y necedad que pondría a unos y engrandecería a otros, sin reflexionar, por su inepcia, que lo que intentaba era ver si, al abrigo de algunos simples infatuados y embaucados con el aliciente y engaños de varias y disparatadas ofertas, lograba introducir, sin peligro, al Paraguay, sus cuadrillas de miserables bandoleros y facinerosos, a robar y saquear cuanto pudiesen para remediar sus miserias, su pobreza y sus extremas necesidades como hacían en otras partes, viniendo últimamente, después de tanto ruido, alboroto y afectada valentía o fanfarronada, cuando se vió arruinado y perseguido de muerte, aun de los suyos, por consecuencia y efecto natural de sus desórdenes, locuras y desatinados procedimientos, a implorar la clemencia y amparo del mismo Dictador, cuya cabeza había ofrecido llevar, el cual, reventando de generosidad, sin embargo de que el alevoso y bárbaro malevo no era acreedor a la compasión, no solamente le admitió, sino que ha gastado liberalmente centenares de pesos en socorrerlo, mantenerlo y vestirlo, habiendo venido desnudo, sin más vestuario ni equipaje que una chaqueta colorada y una alforja, sin que los ruines, aturdidos y revoltosos que fundaban en él las mayores esperanza de gobierno, ventajas adelantamientos, le hubiesen hecho la menor limosna o socorrido en agradecimiento de sus grandiosos o graciosos ofrecimientos, viéndolo en tal angustia y fatalidad que acaso la Providencia ha permitido para que los ilusos o deslumbrados, los facciosos, los depravados encubiertos y los deseosos de trastornos políticos, abran los ojos y entiendan que las gentes de otros países, envidiando y odiando al Paraguay por no haberse sometido a sus ideas de logro, predominio y conveniencia, lo que desean y buscan es la ocasión de entrar a apoderarse del Estado engañando a los incautos y simples, subyugar e imponer leyes a los paraguayos, extraer y sacar riquezas, caudales y la plata, que sólo aquí corre todavía, y, finalmente, llevar gente para sus empresas y servicios, para después reírse del Paraguay y mofar orgullosamente a las paraguayas.
“En virtud de todo, se declaran confiscados y aplicados a gastos públicos y servicio del Estado, todos los bienes que aparecieran corresponder al citado Manuel Cabañas, o ser de su pertenencia en su fallecimiento; y a ese efecto, se ex pedirán las providencias convenientes, rompiéndose, igualmente, el insinuado título de coronel, de que se ha mostrado indigno y sin honor para obtener semejante grado, cuya denominación tampoco se le ha de poder dar en lo sucesivo.
FRANCIA.
POLICARPO PATIÑO,
Actuario del Superior Gobierno.”__
“20 de agosto de 1855 - exhumación, repatriación de los restos de Artigas, un día como hoy hace 168 años, se lo llevaron”
Revisión humilde y significativa sin alimentar mitos. Con Libertad no ofendo ni temo.l1. Primera noticia necrológica, texto - imagen del periódico “ El Paraguayo Independiente” fecha, 28.09.1850
2. Imagen de la lápida en el cementerio de la Recoleta, Texto en “Artigas Defensor de la Democracia” de Elisa Menendez.
3. Nota exhumación, Padre Cornelio Contreras, 20 de agosto de 1855, Cementerio Iglesia Recoleta, Asunción. Transcripción diríamos que desconocida del original.
4. Histórico relato del procedimiento de repatriación (resumen de cuando los ministros esos..se lo llevaron del Paraguay). Texto en “Artigas Defensor de la Democracia” de Elisa Menendez.
5. Obra: Desembarco en el puerto de Montevideo de la urna conteniendo los restos de Jose Artigas – Autor: Domingo Puig 1930.
1. "El tiempo acreditó la firme resolución que había tomado de no volver al suelo donde vió la primera luz, cuando se presentó en Candelaria perseguido de los suyos, pidiendo un rincón en la República para acabar sus días. Ha tenido para su regreso obligantes, y repetidas invitaciones…"
2. Lápida.(Un tanto Inverosímil… pero es de suponer que López al enterarse de la muerte de Artigas envío a corregir la fé del certificado de defunción elaborado por el padre y a realizar dicha lápida en cemento con el título General D. Jose Artigas – 1850, la misma debe encontrarse en el Museo Nacional de Montevideo.
3.”Nota: En esta parroquia de la Recoleta de la Capital a veinte de Agosto de mil ochocientos cincuenta y cinco, yo el cura interino de ella; en virtud de la Suprema orden del Exmo. Señor Presidente de la República, se exhumo el sepulcro del General finado Don José Artigas del Cementerio general: y se entrega.n los huesos al Señor Doctor Estanislao Vega, agente confidencial del Exmo Gob.no de la Rep.ca Oriental del Uruguay cerca de la Rep.ca del Paraguay de lo…certifico. Cornelio Contreras.”
4. El 24 de abril de 1854, Flores nombró como agente confidencial al Dr. Estanislao Vega, decano del Tribunal Supremo de Justicia, encargándolo de una misión confidencial ante el gobierno paraguayo; y además la de repatriar los despojos del prócer oriental. En la goleta “Restauración” partió en el mes de julio el Dr. Vega, acompañado de su esposa doña Amelia Lerena y de un criado llamado Leandro, anclando en la bahía asunceña el 24 de agosto. Un año pasó en el país, más por motivos de salud que por lo que pudiera hacer en gestiones encomendadas, habiéndose ido a Villarica, mientras transcurría aquel ardiente verano tropical, en busca de un clima más propicio para su delicado organismo.
“De regreso a la capital, dice el Dr. Fernández Saldaña en un artículo intitulado “La repatriación de los restos de Artigas”, del cual extractamos estos datos, el Dr. Vega se dirigió al Ministro de Relaciones Exteriores don José Falcón, solicitando se sirviera ordenar lo correspondiente a la repatriación citada.
El ministro contestó afirmativamente, manifestando que cuando lo deseara podía proceder a la exhumación, y recibir del cura de la parroquia el respectivo comprobante que acreditara la identidad de los restos del general Artigas.
Se realizó ésta el 20 de agosto, figurando, como testigos del acto el cónsul de Portugal y los ciudadanos uruguayos don Felipe Buzó y don Santiago Cansttat, algunos militares paraguayos y residentes argentinos, como asimismo otras personas más.
Vamos a agregar a lo ya expuesto, otros datos interesantes suministrados por doña Amelia Lerena de Vega, testigo ocular del acto, que dice: “El sepulturero quiso limpiar los restos de Artigas, pero mi esposo y yo quisimos realizar esa tarea.
“El Dr. Etchevarría bañó los huesos con cloruro de cal, luego nosotros, con un cortaplumas de mango de nácar que todavía conservo, limpiamos uno a uno aquellos huesos grandes y fuertes...
“¡Qué hermosa frente debió tener aquella hermosa cabeza!...
“Nos hospedamos, continúa diciendo Amelia, en casa del presidente don Carlos Antonio López, y allí nos hicimos muy amigos con el hijo de aquél, Francisco Solano, que sucedería a su padre en el gobierno del Paraguay. Yo intimé mucho con la esposa de Solano, Elisa Lynch, una hermosa inglesa”.
El señor Asdrúbal Nieto, que es quien publica los recuerdos transcriptos por pertenecer a su archivo familiar, agrega: “Conocí a Elisa Lynch, me contaba mi abuela, cuando por el año 70 y pico, muerto ya Solano, de vuelta de Europa, le fué negada su entrada al Paraguay, por lo que quedó un tiempo en Montevideo, en casa de Amelia Lerena”.
Sigamos a ésta en sus memorias: “Figúrate, dice, con qué unción hablaba con toda aquella gente que había conocido en los últimos años a ese hombre inmenso, que era una expresión magnifica de la vida de nuestro pueblo!
“Haciéndome traducir del guaraní muchas palabras por mis acompañantes, recogí de sus labios frases de admiración, de caiño y de respeto hacia él...
“Hablaba el guaraní a la perfección.
“Aún a los 83 años salía de recorrida por los ranchos, jinete en su caballito brioso, que llevaba de cabeza levantada, indudable coquetería de legítimo orgullo...”
El P. Contreras, que cinco años antes hemos visto acompañando al héroe, estaba aún al frente de la parroquia; le cupo de nuevo la misión de acompañar a aquella fúnebre comitiva, que venía desde la patria lejana, a arrancárselo a “esa arcilla colorada y seca, tan adherida a sus huesos”.
El desterrado amó esta tierra paraguaya que le dió asilo en sus días sin ventura, y la tierra le devolvió su amor enraizándose a sus despojos, en despedida de amante, como queriendo retardar el momento de la partida eterna...
Firmado por el padre Contreras está el certificado de este acto que las autoridades pusieron en manos del comisionado, y que publica de María. Dice así: “En esta parroquia de la Recoleta de la Capital, a veintitrés de Setiembre de mil ochocientos cincuenta, yo, el cura interino de ella, enterré En el tercer sepulcro del Cauce N. 26 del cementerio general, el cadáver de un adulto llamado don José Artigas, extranjero, que vivía en la comprensión de esta iglesia”.
Recoleta, Agosto 21 de 1855.
Doy fe. — Cornelio Contreras”.
Pero al leer este documento nos encontramos con la nueva sorpresa, que tampoco coincide con lo expresado en la partida original, existente en el libro parroquial, ni antes ni después de hechas las enmiendas ya apuntadas. En este último nos hallamos con el agregado, que hemos subrayado, y la supresión de enterré en sepultura ordinaria y también en lo que dice referente a la lápida; como podrá verse comparando este texto con los dos ya publicados en el capítulo anterior.(Veáse libro)
Este certificado fué llevado por el doctor Vega a Montevideo y ha sido transcripto por casi todos los historiadores uruguayos; siendo en consecuencia el más conocido.
Los despojos de Artigas fueron colocados en una urna de latón pintado, cuyo recibo de compra hemos visto en el Archivo General de Montevideo. En él consta que fué mandada hacer en el taller de Nicolás Troja, de Asunción y que costó treinta patacones. En la citada institución nos han proporcionado también un extenso y serio informe sobre el traslado y desembarco de los restos de Artigas en Montevideo, por lo cual vemos que la muerte, rivalizando con la vida, no quiso ser más generosa. Extractaremos ese interesante documento.
Al doctor Vega, cumplida su misión en el Paraguay, se le expidió pasaporte para embarcarse en el vapor “Uruguay” hasta Buenos Aires, en compañía de su esposa, su criado Leandro y dos libertos paraguayos. Llegados allí, trasbordaron al vapor “Menay”, que llegó a Montevideo el jueves 19 de setiembre de 1855, con buen tiempo, algo ventoso”.
El horizonte político de la patria, que continuaba hosco y sombrío, no se aclaró para recibir al hijo que volvía de su largo ostracismo. Recios huracanes habían hecho tambalear el gobierno del general Flores y ocupaba en esos momentos el poder el presidente del senado don Manuel Basilio Bustamante. Por estos motivos, al arribo del “Menay”, no le fué permitido al pueblo concurrir al puerto para rendir el homenaje de su respetuosa admiración, justo anhelo largo tiempo acariciado.
Parece que sus manes se oponían a las demostraciones ostentosas hacia este hombre austero que había pasado a la otra vida en el anonimato de la soledad y de la miseria.
¡Aun más allá de la muerte, el héroe seguía cumpliendo su trágico fatalismo!
El desembarco de los fúnebres despojos se realizó en compañía de muy contadas personas, ese mismo día a las cuatro de la tarde. La urna funeraria fué colocada en un pequeño bote, en el cual subieron sus pocos acompañantes: el Ministro de Relaciones Exteriores doctor Adolfo Rodríguez, un ayudante del presidente de la república, un nieto del prócer Juan Pablo Artigas, único representante familiar, y algunas personas más.
Desde el “Menay” se dirigieron al vetusto muelle de la calle Treinta y Tres, desaparecido hace años. Allí posó de nuevo sobre el solar nativo el hijo que volvía ya transformado en idea, porque era la esencia de las aspiraciones de los pueblos americanos. El destino, tan avaro en sus dones, seguía mostrándole ceño adusto. Nególe al desterrado que regresaba lo que no niega a nadie: el derecho a descansar en la paz de un sepulcro. Seguía siendo víctima de su propia grandeza. Se temió que sus cenizas fueran capaces de provocar incendios en aquel pueblo suyo, en el cual supo despertar santas rebeldías contra la opresión, cualquiera fuera su origen y su forma.
¡En vez de hallar en su tierra la calma silente del cementerio, pasó a la aduana, representación del interés humano. Punto a donde convergen los frutos comerciales del mundo, el cual no es posible imaginar sino lleno de mercancías y artículos de todas clases y para todos los fines. Alli, en aquel tráfago comercial, tan poco propicio al silenció que reclama la muerte, quedaron depositados los restos de aquel preclaro varón.
Más de un año pasaron allí, en el polvo del olvido, hasta que el 20 de noviembre de 1856, fueron retirados para ser trasladados a la Iglesia Matriz y al cementerio
5. Óleo desembarco.
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