Para quienes concordamos y sentimos la dignidad de su legado y de alguna forma u otra conservamos la memoria de sus (los) hechos, no precisamente alimentando mitos, está dirigido este humilde y significativo post.
1. Primera noticia necrológica, texto - imagen del periódico “ El Paraguayo Independiente” fecha, 28.09.1850
2. Imagen de la lápida en el cementerio de la Recoleta, Texto en “Artigas Defensor de la Democracia” de Elisa Menendez.
3. Nota exhumación, Padre Cornelio Contreras, 20 de agosto de 1855, Cementerio Iglesia Recoleta, Asunción. Transcripción diríamos que desconocida del original.
4. Histórico relato del procedimiento de repatriación (resumen de cuando los ministros esos..se lo llevaron del Paraguay). Texto en “Artigas Defensor de la Democracia” de Elisa Menendez.
5. Obra: Desembarco en el puerto de Montevideo de la urna conteniendo los restos de Jose Artigas – Autor: Domingo Puig 1930.
1. "El tiempo acreditó la firme resolución que había tomado de no volver al suelo donde vió la primera luz, cuando se presentó en Candelaria perseguido de los suyos, pidiendo un rincón en la República para acabar sus días. Ha tenido para su regreso obligantes, y repetidas invitaciones…"
2. Lápida.(Un tanto Inverosímil… pero es de suponer que López al enterarse de la muerte de Artigas envío a corregir la fé del certificado de defunción elaborado por el padre y a realizar dicha lápida en cemento con el título General D. Jose Artigas – 1850, la misma debe encontrarse en el Museo Nacional de Montevideo.
3.”Nota: En esta parroquia de la Recoleta de la Capital a veinte de Agosto de mil ochocientos cincuenta y cinco, yo el cura interino de ella; en virtud de la Suprema orden del Exmo. Señor Presidente de la República, se exhumo el sepulcro del General finado Don José Artigas del Cementerio general: y se entrega.n los huesos al Señor Doctor Estanislao Vega, agente confidencial del Exmo Gob.no de la Rep.ca Oriental del Uruguay cerca de la Rep.ca del Paraguay de lo…certifico. Cornelio Contreras.”
4. El 24 de abril de 1854, Flores nombró como agente confidencial al Dr. Estanislao Vega, decano del Tribunal Supremo de Justicia, encargándolo de una misión confidencial ante el gobierno paraguayo; y además la de repatriar los despojos del prócer oriental. En la goleta “Restauración” partió en el mes de julio el Dr. Vega, acompañado de su esposa doña Amelia Lerena y de un criado llamado Leandro, anclando en la bahía asunceña el 24 de agosto. Un año pasó en el país, más por motivos de salud que por lo que pudiera hacer en gestiones encomendadas, habiéndose ido a Villarica, mientras transcurría aquel ardiente verano tropical, en busca de un clima más propicio para su delicado organismo.
“De regreso a la capital, dice el Dr. Fernández Saldaña en un artículo intitulado “La repatriación de los restos de Artigas”, del cual extractamos estos datos, el Dr. Vega se dirigió al Ministro de Relaciones Exteriores don José Falcón, solicitando se sirviera ordenar lo correspondiente a la repatriación citada.
El ministro contestó afirmativamente, manifestando que cuando lo deseara podía proceder a la exhumación, y recibir del cura de la parroquia el respectivo comprobante que acreditara la identidad de los restos del general Artigas.
Se realizó ésta el 20 de agosto, figurando, como testigos del acto el cónsul de Portugal y los ciudadanos uruguayos don Felipe Buzó y don Santiago Cansttat, algunos militares paraguayos y residentes argentinos, como asimismo otras personas más.
Vamos a agregar a lo ya expuesto, otros datos interesantes suministrados por doña Amelia Lerena de Vega, testigo ocular del acto, que dice: “El sepulturero quiso limpiar los restos de Artigas, pero mi esposo y yo quisimos realizar esa tarea.
“El Dr. Etchevarría bañó los huesos con cloruro de cal, luego nosotros, con un cortaplumas de mango de nácar que todavía conservo, limpiamos uno a uno aquellos huesos grandes y fuertes...
“¡Qué hermosa frente debió tener aquella hermosa cabeza!...
“Nos hospedamos, continúa diciendo Amelia, en casa del presidente don Carlos Antonio López, y allí nos hicimos muy amigos con el hijo de aquél, Francisco Solano, que sucedería a su padre en el gobierno del Paraguay. Yo intimé mucho con la esposa de Solano, Elisa Lynch, una hermosa inglesa”.
El señor Asdrúbal Nieto, que es quien publica los recuerdos transcriptos por pertenecer a su archivo familiar, agrega: “Conocí a Elisa Lynch, me contaba mi abuela, cuando por el año 70 y pico, muerto ya Solano, de vuelta de Europa, le fué negada su entrada al Paraguay, por lo que quedó un tiempo en Montevideo, en casa de Amelia Lerena”.
Sigamos a ésta en sus memorias: “Figúrate, dice, con qué unción hablaba con toda aquella gente que había conocido en los últimos años a ese hombre inmenso, que era una expresión magnifica de la vida de nuestro pueblo!
“Haciéndome traducir del guaraní muchas palabras por mis acompañantes, recogí de sus labios frases de admiración, de caiño y de respeto hacia él...
“Hablaba el guaraní a la perfección.
“Aún a los 83 años salía de recorrida por los ranchos, jinete en su caballito brioso, que llevaba de cabeza levantada, indudable coquetería de legítimo orgullo...”
El P. Contreras, que cinco años antes hemos visto acompañando al héroe, estaba aún al frente de la parroquia; le cupo de nuevo la misión de acompañar a aquella fúnebre comitiva, que venía desde la patria lejana, a arrancárselo a “esa arcilla colorada y seca, tan adherida a sus huesos”.
El desterrado amó esta tierra paraguaya que le dió asilo en sus días sin ventura, y la tierra le devolvió su amor enraizándose a sus despojos, en despedida de amante, como queriendo retardar el momento de la partida eterna...
Firmado por el padre Contreras está el certificado de este acto que las autoridades pusieron en manos del comisionado, y que publica de María. Dice así: “En esta parroquia de la Recoleta de la Capital, a veintitrés de Setiembre de mil ochocientos cincuenta, yo, el cura interino de ella, enterré En el tercer sepulcro del Cauce N. 26 del cementerio general, el cadáver de un adulto llamado don José Artigas, extranjero, que vivía en la comprensión de esta iglesia”.
Recoleta, Agosto 21 de 1855.
Doy fe. — Cornelio Contreras”.
Pero al leer este documento nos encontramos con la nueva sorpresa, que tampoco coincide con lo expresado en la partida original, existente en el libro parroquial, ni antes ni después de hechas las enmiendas ya apuntadas. En este último nos hallamos con el agregado, que hemos subrayado, y la supresión de enterré en sepultura ordinaria y también en lo que dice referente a la lápida; como podrá verse comparando este texto con los dos ya publicados en el capítulo anterior.(Veáse libro)
Este certificado fué llevado por el doctor Vega a Montevideo y ha sido transcripto por casi todos los historiadores uruguayos; siendo en consecuencia el más conocido.
Los despojos de Artigas fueron colocados en una urna de latón pintado, cuyo recibo de compra hemos visto en el Archivo General de Montevideo. En él consta que fué mandada hacer en el taller de Nicolás Troja, de Asunción y que costó treinta patacones. En la citada institución nos han proporcionado también un extenso y serio informe sobre el traslado y desembarco de los restos de Artigas en Montevideo, por lo cual vemos que la muerte, rivalizando con la vida, no quiso ser más generosa. Extractaremos ese interesante documento.
Al doctor Vega, cumplida su misión en el Paraguay, se le expidió pasaporte para embarcarse en el vapor “Uruguay” hasta Buenos Aires, en compañía de su esposa, su criado Leandro y dos libertos paraguayos. Llegados allí, trasbordaron al vapor “Menay”, que llegó a Montevideo el jueves 19 de setiembre de 1855, con buen tiempo, algo ventoso”.
El horizonte político de la patria, que continuaba hosco y sombrío, no se aclaró para recibir al hijo que volvía de su largo ostracismo. Recios huracanes habían hecho tambalear el gobierno del general Flores y ocupaba en esos momentos el poder el presidente del senado don Manuel Basilio Bustamante. Por estos motivos, al arribo del “Menay”, no le fué permitido al pueblo concurrir al puerto para rendir el homenaje de su respetuosa admiración, justo anhelo largo tiempo acariciado.
Parece que sus manes se oponían a las demostraciones ostentosas hacia este hombre austero que había pasado a la otra vida en el anonimato de la soledad y de la miseria.
¡Aun más allá de la muerte, el héroe seguía cumpliendo su trágico fatalismo!
El desembarco de los fúnebres despojos se realizó en compañía de muy contadas personas, ese mismo día a las cuatro de la tarde. La urna funeraria fué colocada en un pequeño bote, en el cual subieron sus pocos acompañantes: el Ministro de Relaciones Exteriores doctor Adolfo Rodríguez, un ayudante del presidente de la república, un nieto del prócer Juan Pablo Artigas, único representante familiar, y algunas personas más.
Desde el “Menay” se dirigieron al vetusto muelle de la calle Treinta y Tres, desaparecido hace años. Allí posó de nuevo sobre el solar nativo el hijo que volvía ya transformado en idea, porque era la esencia de las aspiraciones de los pueblos americanos. El destino, tan avaro en sus dones, seguía mostrándole ceño adusto. Nególe al desterrado que regresaba lo que no niega a nadie: el derecho a descansar en la paz de un sepulcro. Seguía siendo víctima de su propia grandeza. Se temió que sus cenizas fueran capaces de provocar incendios en aquel pueblo suyo, en el cual supo despertar santas rebeldías contra la opresión, cualquiera fuera su origen y su forma.
¡En vez de hallar en su tierra la calma silente del cementerio, pasó a la aduana, representación del interés humano. Punto a donde convergen los frutos comerciales del mundo, el cual no es posible imaginar sino lleno de mercancías y artículos de todas clases y para todos los fines. Alli, en aquel tráfago comercial, tan poco propicio al silenció que reclama la muerte, quedaron depositados los restos de aquel preclaro varón.
Más de un año pasaron allí, en el polvo del olvido, hasta que el 20 de noviembre de 1856, fueron retirados para ser trasladados a la Iglesia Matriz y al cementerio
5. Óleo desembarco.
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